Tal vez, desde el primer tercio del siglo XVI, existía la piadosa costumbre de subir hasta el lugar y ermita del Calvario, para oír el Sermón del Domingo de Pasión, y el Viernes Santo para escuchar el Sermón de la Soledad.
Prácticas piadosas que, me atrevo a sugerir, comenzaron a impulsos de los frailes del vecino, y más arriba citado, Convento de San Francisco el Real, pues, más adelante, se dirá cuántos fueron los vínculos que unieron, desde 1582 a dicha Comunidad y esta Cofradía.
En efecto, el 28 de noviembre de 1582, el obispo de la diócesis don Pedro García de Galarza se erige en fundador y patrono de la Santa Cofradía de Nuestra Señora de la Soledad del Monte Clavario, a la que unió los bienes de la Cofradía de San Antón, entre los que destacaba una casa en la calle de Peñas.
A la vez, nombrada la primera junta rectora de esta hermandad, porque la muchedumbre trae confusión su señoría elegido de los dichos hermanos por oficiales que la rijan, consignando los nombres y cargos. Fue su primer mayordomo Hernando Cambero Valverde.
En las mismas ordenanzas se establecían tres procesiones durante la Cuaresma y la Semana Santa: La primera a celebrar el Domingo de Pasión. Los cofrades, saliendo a las doce de la mañana, llevaban en unas andas Nª. Sra. de la Soledad, predicándose un sermón por un padre franciscano, volviendo la procesión a Santa María.
El Viernes Santo, después de medio día, se formaba en Santa María otra procesión que subía hasta el Calvario, predicándose allí el Sermón de la Soledad, por el mismo franciscano, trayendo profesionalmente hasta dicho templo la imagen de Nuestra Señora, cubierta de luto.
Permanecía Nuestra Señora en Santa María hasta la mañana del Domingo de Resurrección, en el que, tras la predicación de un fraile dominico, se trasladaba la imagen profesionalmente hasta su ermita.
Entre el siglo XVI y XVII la Ermita del Calvario debió ser objeto de grandes reformas o tal vez de una casi total reconstrucción, pues con fecha 14 de enero de 1602, el obispo Galarza comisiona, desde Coria, al párroco de Santa María y vicario eclesiástico, don Francisco Pacheco, para que procediese a la bendición de dicha ermita.
En 1635 el mayordomo de esta cofradía, Pedro García Laso, y el Padre Guardián del Monasterio de San Francisco, Fray Alonso Flores entraron en conflicto; al encargar, el primero, a los Dominicos la predicación de los tres sermones a celebrar en la Cuaresma y Pascua de Resurrección.
Para evitar el escándalo que supondría privar a los fieles del sermón que se celebrada en el Calvario el Domingo de Lázaro, y el desconsuelo espiritual a los vecinos de esta villa y forasteros (¡los primeros turistas de nuestra Semana Mayor!), que concurren a la grande devoción que hay en el Monte Calvario.
Se dictó orden por la que el sermón lo predicaría el Guardián de San Francisco, Fray Alonso Flores... tal se comunicó en la misma mañana de aquel Domingo (25 de marzo) al párroco de San Mateo.
En el siglo XVIII surgen litigios con la Administración, cada vez más dispuesta a gravar los bienes de las cofradías, invocando constantemente en su defensa el artículo VII del Concordato firmado por el Rey de España y Clemente XIII.
En 1747 esta Cofradía habrá de abordar una obra de consolidación de la Ermita, que se encargó al alarife garrovillano, Pedro Sánchez Lobato.
Por estos años tenemos constancia de la presencia de una imagen del Resucitado en la procesión del domingo de Resurrección. Contaba entonces la Cofradía con veintisiete caballeros, siete hermanos que portaban la imagen de N a .S’. de la Soledad y veintiún hermanos de luz, ya que el Santo Sepulcro era portado por caballeros.
En el siglo XVIII las corrientes antirreligiosas comienzan a hacer mella en nuestra población y la piadosa costumbre de subir hasta el Calvario, rezando el vía crucis o el rosario, al caer la tarde, e incluso en las primeras horas de la noche, se vio perturbada porque en el camino se mezclaban con las personas piadosas gente de otro jaez, provocando altercados y escándalos en los alrededores de la Ermita. Lo que determinó que el Obispo, el 23 de marzo de 1765 ordenase que tras la procesión con imagen de Nª Sra. De la Soledad, el Domingo de Pansión, se trajera hasta San Mateo, donde quedaría expuesta a la veneración de los fieles, tal se había venido haciendo con anterioridad en la Ermita del Calvario. Decisión, la del obispo diocenaso don Juan García Álvarez, que fue contestada con rapidez. Y, moderándose aquella, en el sentido de consentir la exposición de la imagen en la Ermita del Calvario, pero con la condición de no permitir a ninguna mujer salir de la muralla de la Villa después de anochecer, con pretexto de ir a visitar a Nuestra Señora, ni a hombre con máscara o cualquier otro disfraz.
Mientras tanto, en 1773, tras no pocas peripecias continuaban las obras de reconstrucción de la Ermita de la Soledad. Levantando las bóvedas que hoy cubren la nave del templo, obligando a reforzar el muro lateral de la Ermita, que da a la calle de Fuente Nueva; concediendo el Ayuntamiento un trozo de vía pública para construir dos contrafuertes enfrente del antiguo Hospital de los Padres de NI. Sa. de Valbanera; solicitando también el terreno, que quedaba entre ellos, para construir en él una habitación, accediendo el Ayuntamiento a lo solicitado, por acuerdo de 3 de agosto de dicho año. Pasando la Cofradía por no pocos apuros económicos, como consecuencias de dichas obras.
Veinticinco años después de la pretendida prohibición de que Nª Sra. De la Soledad permaneciese en la Ermita del Calvario, por los desmanes que en sus alrededores se producían, otro edicto, el 12 de enero de 1788, prohibió la ceremonia del Descendimiento, ordenando que el Sermón de la Soledad se predicase el Viernes Santo en la parroquia de San Mateo. Pero, al llegar aquel día, entre las once y las doce de la mañana, el párroco de dicha feligresía y varios cofrades se reunieron, decidiendo hacer procesión por la tarde con el Santo Sepulcro.
Comunicaron su acuerdo al Vicario y párroco de Santiago para que lo hiciera saber a los rectores de las otra parroquias. Conocedor el de Santa María de aquella decisión manifestó que no debía permitirse la tal procesión por ser nueva.
La procesión se celebró con la inasistencia de la parroquia de Santa María y de San Juan y salió a la calle sin conocimiento del Corregidor que no se atrevió a suspendería porque el pueblo ya se encontraba convocado en los alrededores de la Ermita, pero tomó diversas providencias, aunque no tuvieron efecto las multas que impuso si se verificaba por alzado de la mano a instancia de algunos sujetos.
El párroco de San Mateo prosiguió sus litigios, hasta el punto de no permitir de grado, ya que fue necesaria la intervención del visitador general de la diócesis, el que se trasladase, en la tarde del Sábado Santo, a Santa María la imagen del Resucitado para la fiesta, sermón y posterior procesión que desde aquel templo lo reintegraba a su Ermita.
El Real Decreto de Carlos IV (19 de septiembre de 1798), por el que las cofradías han de vender sus bienes y colocar los caudales obtenidos al 3 % de interés en la Real Caja de Amortización, supone el deshacerse de varias viñas que la cofradía poseía en Montánchez.
En el mismo reinado y en víspera de los sucesos de Aranjuez (diez días antes), que concluyeron con la abdicación de Carlos IV en su hijo Fernando VII, se expide la Real Orden de 9 de marzo de 1808 que autorizaba las nuevas ordenanzas de esta cofradía.
En ellas se manifestaba que tal hermandad había sido fundaba por la Nobleza de la Villa, cosa que no es rigurosamente cierta. Su directiva estaría constituida por el abad del cabildo eclesiástico; mayordomo, del estado general; diputado – mayordomo; tres diputados perpetuos de la principal nobleza, con otros tres supernumerarios, para las ausencias; y cuatro oficiales del estado general, con voz pero sin voto, excepto en la elección de mayordomo, diputado – mayordomo y secretario.
Se mantenía la procesión del Domingo de Pasión sin grandes novedades, excepto la de que cuatro caballeros llevarían la imagen de Nª. Sra. de la Soledad, alumbrada por otros tantos de la misma clase. Al llegar al Puente de Concejo, serían reemplazados unos y otros por hermanos del estado general que conducirían la imagen hasta el Calvario. Parece como sí, en los últimos estertores de la sociedad estamental, en el tránsito del Antiguo al Nuevo Régimen, se tratará por la nobleza de sostener hasta el extremo sus privilegios. En las Ordenanzas que comentamos, queda institucionalizada en la madrugada del Viernes Santo una nueva procesión que , con hachas y velas subía al Calvario, procesionando la imagen del Cristo Yacente que, sacerdotes, designados por el Abad, colocarían en la Cruz, mientras los cofrades actuarían de igual modo con las imágenes de los dos ladrones. Se seguiría celebrando la Procesión, que presidida por el Corregidor, acompañado de los alguaciles, subiría hasta el Calvario, para asistir a la ceremonia del Descendimiento.
Cuando no lo permitiese el tiempo, se llevarían el Santo Sepulcro y Nª. Sra. de la Soledad a la Ermita de la Paz, desde donde se procesionarían hasta Santa María, predicándose allí el sermón de la Soledad. También estipulaban estos estatutos la asistencia de los Frailes Franciscanos a estas procesiones, con la condición de que los cofrades de la Soledad asistiesen a los entierros de los profesos que fallecieran, siendo habitantes del Convento.
En 1867 esta cofradía crea un grupo de dieciocho soldados, alabarderos, vestidos a la romana, con un centurión y su cabo. Para regirlo se constituyó un REGLAMENTO, formado el 24 de febrero 1867. Los alabarderos montarían guardia en la Ermita desde el Jueves Santo, no pudiendo alejarse de ella más de diez pasos; de manera que para comer y descansar, se dispondría de una habitación de la propia ermita, sin que pudiesen marchar a casa y así, hasta concluir la procesión del Santo Entierro, en la que escoltarían la imagen del Cristo Yacente. Pagarían ocho reales para entrar a formar parte de aquella Milicia, con lo que ayudarían a la adquisición de su atuendo. Cuando hubieran servido cuatro años, como tales, podrían acceder a ser miembros de la Cofradía, sin necesidad de comprar la carta de hermano. Entre los que firmaron este compromiso, como primeros alabarderos del Santo Sepulcro, aparecen los nombres de Román del Amo, Laureano Velázquez y Juan Maestre.
Durante el obispado de Fray Pedro Nuñez Pernia se reglamentaron en la diócesis numerosas cofradías, aprobando sus Ordenanzas, de acuerdo con las nuevas disposiciones del Derecho Canónico.
Una de estas, fue la Cofradía de la Soledad, movida a ello por la carta orden fechada el 25 de abril de 1878. Según los nuevos estatutos, la directiva quedaría formada por el párroco de San Mateo; abad del cabildo eclesiástico; tres diputados, de los que el primero sería diputado – mayordomo; tres supernumerarios que ejerciesen en ausencia o enfermedad de los anteriores; un secretario; cuatro oficiales del estado general; portero y muñidor. El Secretario tenía la obligación de llevar la Cruz con el sudario en las procesiones del Domingo de Pasión y Viernes Santo y el estandarte en la de la Visitación y Resurrección.
Minuciosamente, se fijan las obligaciones de los cuatro oficiales. Debían ir en la mañana del sábado, anterior al Domingo de Pasión, a la Ermita de la Soledad, para fijar la imagen de Nuestra Señora sobre las andas, limpiar el templo y colocar frontales nuevos. En el domingo siguiente cuidarían de la imagen hasta la hora de la procesión. Durante las doce noche que permaneciese dicha imagen en el Calvario cada uno de ellos se quedaría allí durante tres. El miércoles prepararían el altar, donde se colocaría el Santo Sepulcro. Por horas, cuidarían la imagen del Cristo Yacente en la Soledad y el Viernes, tras la ceremonia del Descendimiento, uno de ellos quedaría en el Calvario recogiendo los efectos que allí hubiese. En la tarde del Sábado Santo llevarían hasta Santa María las imágenes de Nª. Sra. y del Resucitado y, de allí se trasladarían, a la Ermita, las del Cristo Yacente y de Nª. Sra. de la Soledad. Tras la procesión del Resucitado quedaría su imagen en la Ermita, expuesta a la veneración de los fieles, hasta la noche del Martes de Pascua, cuidando de ella dichos oficiales. Se seguía manteniendo en estas ordenanzas la procesión que, en la madrugada del Viernes Santo, llevaba la imagen del Cristo Yacente hasta el Calvario y se establecía el orden a seguir en la procesión del Santo Entierro, que se iniciaría al concluir la ceremonia del Descendimiento: Muñidor y Trompetero, abriendo paso. Dos banderas. Diecisiete cofrades de negro con sus estandartes. Los mayordomos con sus varas. Las cuatro cruces parroquiales. Todo el cabildo. Estado eclesiástico con capas piuviales. Cerrando el cortejo el presidente del Ayuntamiento con los porteros y alguaciles. El Santo Sepulcro lo portarían cuatro sacerdotes y otros tantos hermanos portarían a Nª. Sra. Otro sacerdote, en un azafate de plata, llevaría los clavos, martillo y corona. El Sábado Santo las imágenes se llevarían a la Soledad por el sitio más oculto. La Fiesta de Pascua se celebraría el Domingo de Resurrección a las siete de la mañana.
Durante todo el año se celebraría en la Ermita de la Soledad el Santo Rosario. A finales del siglo XIX la casi desaparición de esta Cofradía se manifiesta en un informe suscrito por el párroco de San Mateo, relativo a las establecidas en su circunscripción y en el que se asegura: Fue fundada en el siglo XVI, levantó la Ermita del Amparo (se refería al Humilladero). Sigue asegurando que los hermanos de la Cofradía de la Soledad son mas que nombre y que los primitivos estatutos se habían Perdido ya en el siglo XVIII, pues en diversas visitas pastorales se hacía constar así.
Conoce esta Cofradía en los primeros años del siglo presente un especial auge, con la incorporación a sus desfiles de hermanos de escolta, revestidos con capuchón y lujosas túnicas negras de cola. Innovación propulsada por el administrador de los Condes de Torrearias y Marqueses de Santa Marta (en cuya rama femenina venía recayendo el cargo de camarera de Nª. Sra. de la Soledad), don José Elías Prast, natural de Écija, que sintiendo añoranza de la brillantez de los desfiles procesionales de su tierra natal impulsó desde la Alcaldía de nuestra Ciudad (1906-1908) un resurgir de nuestra Semana Santa. Pero esta brillantez fue sólo aparente. Aquella lujosas túnicas las tuvieron que vestir, en algunos casos, los hijos de los concejales del Partido Conservador. Partido que aquí representaba el Marqués, administrado por el propulsor de aquella idea.
La procesión del Santo Entierro de 1937 contó con la nota exótica de una BANDA DE GAITEROS de la Legión Irlandesa, entonces, 1937, con Cuartel en Cáceres. Esta Cofradía en 1940, bajo la mayordomía de don José Rosado Mayoralgo, establece que la imagen de Nª. Sra. de la Soledad, en la procesión de tal nombre, con la que se restituía a su Ermita dicha imagen, fuera acompañada exclusivamente por mujeres. Mientras que a la del Santo Entierro, como entonces era costumbre en los sepelios de los mortales, sólo asistirían hombres. Conoció la Procesión del Santo Entierro en aquel año una asistencia inusitada de varios millares de hombres a los que la Cofradía entregó velas. La cabeza de la procesión, a través de Tiendas y Zapaterías, se encontraba en San Juan, cuando la presidencia no había salido de Santa María. Son años en los que el Partido gubernamental hace que sus distintas organizaciones participen en los desfiles procesionales, pero especialmente en los de la Cofradía de la Soledad y Santo Entierro y manus militaris, anuncia sanciones para los inasistentes.
El Jefe de la Falange cacereña, Hermano de Honor de la Hermandad, regala, en 1941, un manto de terciopelo negro, bordado en plata con el Escudo de Cáceres en sedas de colores y el yugo y las flechas. El manto se adaptó con dificultad a las antiguas andas. Por ello, en 1943 la Falange cacereña regaló a la Cofradía unas nuevas andas.
En los años sesenta, el estado lamentable en que se encontraba la Urna del Cristo Yacente obligaba a sustituirla. La Cofradía, sin recursos, no puede afrontar tal inversión, siendo (1964) la, entonces Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Cáceres, quien adquiere y regala a la Cofradía el paso del Cristo Yacente, que actualmente procesiona. Obra en talla, realizada en Madrid, siguiendo el modelo del Cristo Yacente del Pardo de Gregorio Fernández.
Recientemente esta Cofradía restauró con no pequeño, pero loable, esfuerzo la Ermita del Calvario, en la que todas las cuaresmas, celebra en la mañana del Domingo de Pasión Fiesta y Procesión por los alrededores.
La cofradía cuenta en la actualidad con unos 350 hermanos, entre carga y escolta, que tornan sus túnicas negras del Viernes Santo en las blancas con que acompañan a Jesús Resucitado y Nª. Sra. de la Alegría, en la mañana del Domingo de Resurrección.